Cuesta mucho reconocer, que el tiempo es implacable al degustar ilusiones y sueños, distorsionando la realidad, cambiando actores en la escena, trasmutando risas por lamentos en la noche, resplandecientes frivolidades juveniles por deberes insanos impuestos por la autoridad del deber del ser de cierta edad.
La esperanza no mengua, pero sí el ímpetu pueril, los sueños brillantes y alcanzables de una mente soñadora e inmadura.
La edad nos alcanza.
Quienes nos aferramos una recompensa espera. Quienes se deshacen del ancla, a la deriva flotan con los ojos vacíos y pupilas opacadas, tras la zanahoria que nunca alcanzarán.
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